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Expresiones como: “si las había antes (víboras) emigraron en busca de
qué comer” o “en 1.850 tenía 3.000 habitantes los que se consagraron a la
agricultura que es muy limitada, por cuya razón emigran con frecuencia”,
describen con certeza el precario desarrollo agrícola de antaño, factor que sin
duda contribuyó a definir la vocación de sus gentes hacia la cerámica y
actividades complementarias.
Pese a su cercanía a la vía, puesta en servicio en 1.770, la cual partía
del sitio de Palagua, pasaba por Rionegro y Marinilla y llegaba hasta Medellín,
los carmelitanos prefirieron hacerse a la vida extrayendo el barro de la
tierra, antes que cultivarla. Situación paradójica, pues fueron los marinillos,
gentes esencialmente agricultores, quienes iniciaron la colonización en estas
tierras.
En 1.898 Eliseo Pareja, un aprendiz de locería en el municipio de
Caldas, trajo a El Carmen la idea y la técnica de la fabricación de cerámicas.
Con la financiación de Froilano y Bonifacio Betancur y el trabajo de los
obreros Bernardino Betancur y Fidel Múnera, inició el primer taller en ese año.
Estos últimos, aprendices emprendedores, luego de conocer el oficio fundaron la
Nueva Locería del Carmen, la cual se tecnificó hacia 1.901, “cuando don
Bernardino construyó un horno pequeño e ideó un molino de arrastre accionado a
mano, el que más tarde cambió por un molino hidráulico”.
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La marcha ascendente de la cerámica se interrumpió en la contienda
fratricida de la Guerra de los Mil Días; pero concluida ésta, continuó su
ritmo, esta vez acompañada por cambios tecnológicos importantes que permitieron
la multiplicación de los talleres.
Sin experiencia en el comercio de los productos agrícolas los pobladores
se dedicaban a vender loza a otros pueblos como Montebello, La Unión y La Ceja;
a la extracción de barro y arcillas blancas de su tierra y de Rionegro,
Santuario y La Ceja; y a la del cuarzo, caolín, feldespato y yeso, materias
primas de la cerámica. Simultáneamente, y reafirmando su vocación de artesanos
más que la de agricultores, tejían la iraca y la cabuya, fabricaban sombreros,
pavas, canastos y producían aceite de higuerilla, aguardiente casero (tapetusa)
y jabón de tierra.
La fabricación de cerámica en El Carmen de Víboral es una tradición de
casi cien años; aprendices que conocieron el proceso en Caldas – Antioquia, lo
trasladaron a este municipio convirtiendo esta actividad en una constante en su
desarrollo: “la mayoría de los empresarios actuales fueron en principio
trabajadores de empresas y después de conocer a fondo el funcionamiento,
montaron su propio taller o sus hijos y familiares de los antiguos
propietarios”.
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Por ser una actividad que requiere el desarrollo de cierta capacidad
para la pintura, además de buen pulso y flexibilidad de la mano, muchas mujeres
encontraron en ella la forma de ganarse la vida, especialmente como
decoradoras, dejando para los hombres los oficios más duros.
Concluida la guerra de los mil días los talleres se multiplicaron y
tecnificaron sus sistemas de producción, y se dinamizó también la extracción de
minerales en El Carmen de Víboral y La Ceja.
Hasta 1.930 muchos talleres prosperaron debido, quizás, al acceso que
tuvieron los artesanos a similares avances técnicos, la posibilidad de utilizar
trabajo familiar y algo de trabajo asalariado, y la ausencia de competencia de
grandes capitales. En fin, debido a que el taller era algo
“doméstico y familiar”.
Finalizando esta década comenzó a darse la diferenciación tecnológica
entre los talleres y las fábricas La Libertad, Unidas, Primitiva, Moderna y
Central. Esta últimas tenían procesos manufactureros un poco más modernos, y
alguna división del trabajo, aunque sus formas administrativas eran muy
tradicionales. A menudo la producción y el empleo caían por cambios fuertes en
la demanda, además era manifiesta la diferenciación salarial entre hombres, mujeres
y niños. La agrupación de estas 5 fábricas en la Sociedad de Cerámicas Unidas
S.A., hacia 1.945, les dio mayor solidez financiera y contribuyó a diferenciar
y a excluir aún más la producción que se realizaba en los talleres.
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En 1.945 se hizo realidad la creación de una escuela de cerámica en El
Carmen de Víboral llamada Escuela Nacional Superior de Artes y Oficios, hoy
Instituto Técnico Industrial. Para ese año se calculaba en 5.500 el número de
personas de la localidad empleadas directa e indirectamente en el oficio. La
producción cubría el 40% de la demanda nacional y se realizaban exportaciones a
Venezuela, Ecuador, Las Antillas y otros países de centro y Suramérica. Esta
bonanza, “época dorada de la cerámica”, los acompaño hasta 1.970, alentada por el
cambio técnico que implicó la electrificación y la presencia del Estado con
educación, carreteras y otros servicios.
Paradójicamente, los talleres resistieron mejor que las fábricas la
competencia del contrabando de loza china, común a finales de la década del
setenta. Este es comprensible si se tiene en cuenta que las fábricas tenían
mayores obligaciones laborales.
En 1.979 había 22 talleres de cerámica y 11 fábricas, de las cuales sólo
7 estaban en producción. “A partir de entonces la loza de El Carmen se
consolidó como producto artesanal, decorativo, más que como artículo de uso
diario, sufriendo graves cambios en su demanda”.
Varios factores incidieron en la crisis de la cerámica de El Carmen de
Víboral como: la competencia de locerías de producción en serie; el desarrollo
de materiales sustitutos como el plástico, el vidrio y el aluminio; los altos
costos de producción, entre ellos los salarios y prestaciones sociales; el
poder de los sindicatos; la calidad de la producción y del diseño, las formas
administrativas tradicionales y la limitada promoción de las artesanías.
REFERENCIAS:
Colección de estudios de localidades, El Carmen de Víboral - Antioquia,
CORNARE-INER, Universidad de Antioquia, Pág. 60, 61, 62, 63, 64 y 65.